viernes, 29 de diciembre de 2006

Wilcock


Hay apellidos que son marca registrada; no precisan de apéndices-nombres de pila para ser relacionados sin error con una sola persona. Según mi opinión, Juan Rodolfo Wilcock es un representante de esos casos, junto con (no esperen muchos ejemplos) Borges, Hitler o Einstein. Algunos de sus relatos han sido ampliamente difundidos merced a exitosas antologías, como Los donguis, en la archiconocida Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy y Ocampo. Otras producciones suyas son menos conocidas, como La boda de Hitler y María Antonieta en el Infierno (en colaboración con Francesco Fantasia) y el libro que he de citar, Hechos inquietantes. La mente de este hombre ya muerto me ha fascinado desde que me dieron a leer uno de sus perfectos relatos breves, El caos. La perfección, la erudición y un nihilismo sin alharacas conviven con una de las miradas más auténticamente poéticas que conozco. Pero dejemos que el propio texto, etcétera:


Patología del aburrimiento


Para estudiar de manera sistemática la patología del aburrimiento, un grupo de científicos ha llevado a cabo una serie de experimentos sobre el comportamiento del ser humano en un ambiente en el cual no sucede absolutamente nada. Los sujetos eran estudiantes universitarios que recibían un pago a cambio de sus prestaciones. Debían permanecer acostados en una cama confortable veinticuatro horas por día. Sus únicas distracciones eran las comida, que por lo general consumían sentados en la cama, y las regulares idas al baño. Todos llevaban en los ojos unas viseras de plástico, que si bien dejaban pasar la luz impedían al sujeto una visión clara de las cosas. Guantes de algodón y dedales de cartón que cubrían sus dedos reducían prácticamente a cero las posibilidades de impresiones táctiles. Además del continuo y monótono ronquido del acondicionador de aire, una almohada de goma en forma de U que envolvía la cabeza evitaba cualquier percepción auditiva.

Los sujetos por lo general entraban en el cuarto con la intención de aprovechar el tiempo perdido pensando en las obligaciones escolásticas: repasar las lecciones, preparar una tesis o una conferencia. Pero todos descubrían con estupor que en esas condiciones no podían pensar claramente en nada, y que sus actividades mentales parecían haberse detenido completamente.

Salidos del cuarto de aislamiento, los jóvenes se sentían más predispuestos que antes a creer en la existencia de los fenómenos sobrenaturales. Algunos declararon que, una vez que habían vuelto al mundo normal, no conseguían liberarse de la impresión de que en un determinado momento se habían encontrado con un fantasma.

Al comienzo del experimento los sujetos trataban de pensar en sus problemas personales, en sus estudios, o bien en el experimento mismo. Después comenzaban a recordar su pasado, la familia, los amigos. Para pasar el tiempo algunos trataban de recordar las escenas y diálogos de alguna película; otros imaginaban que viajaban de un lugar conocido a otro, y se divertían recreando los detalles del viaje; otros contaban hasta un millón. Después de lo cual llegaban a un estado en el que la concentración se volvía imposible; entonces los sujetos se contentaban con "dejar vagar al pensamiento". Muchos se lamentaban de haber agotado todos los argumentos de meditación posibles: "Se me acabaron los pensamientos"; "No consigo imaginar un tema que ya no haya pensado y vuelto a pensar".

Por otro lado, a medida que pasaba el tiempo, los sujetos se volvían cada vez más irritables y trataban de expresar activamente su irritación, o bien se divertían con alguna puerilidad; después muchos confesaron haber perdido el sentido de la proporción. Pero el síntoma más grave era éste: después de un largo período de aislamiento comenzaban a percibir "imágenes". Uno veía continuamente una roca junto a un árbol; otro veía niños, todo el tiempo, y no conseguía alejarlos. Lo cual demuestra que el aislamiento puede producir alucinaciones.

Estos fenómenos visuales son bastante parecidos a los producidos por la mezcalina. Los sujetos comienzan a ver puntitos de luz, líneas o bien figuras geométricas simples. Después las visiones se complican, se vuelven dibujos, como los de un empapelado, o figuras complejas, por ejemplo "filas de hombrecitos amarillos con la boca abierta y un sombrero en la cabeza". Finalmente escenas completas; por ejemplo una procesión de juguetes, cada uno con una bolsa en la espalda, que atraviesan "con un fin determinado" el campo visual; animales prehistóricos que caminan por la jungla, procesiones de anteojos que caminan por la calle. Estas imágenes a menudo se ven deformadas, y los sujetos las esperan con ansia, como una verdadera diversión, deseosos de saber "qué sucederá". Después de un poco, sin embargo, las visiones se vuelven alarmantes e incluso impiden completamente dormir.

Ninguno conseguía controlar sus propias alucinaciones. Uno veía sólo perros, otros anteojos de distinto tipo, etcétera. Estas alucinaciones no eran solamente visuales: a veces los sujetos oían hablar; uno de los jóvenes oía el sonido de un fonógrafo. Otro dijo haber visto al sol saliendo detrás de una iglesia mientras un coro cantaba "en perfecto estilo estereofónico". Tampoco faltaban las sensaciones táctiles o de movimiento: un sujeto sentía en el brazo las balitas disparadas por un barco de guerra en miniatura; otro quiso tocar el picaporte de una puerta imaginaria y sufrió una descarga eléctrica. Algunos descubrían, junto a su cuerpo, el de un compañero acostado en la cama; uno incluso sentía otro cuerpo dentro del suyo. A esto se agregaban sensaciones de desdoblamiento corporal: "Mi mente era como un ovillo de lana colgando sobre mi cuerpo"; o bien "Había algo que me chupaba la mente a través de los ojos". Salidos de la habitación decían haber visto los objetos curvados, o bien que las cosas cercanas ahora parecían más grandes y aquellas lejanas más pequeñas. En todos los casos creían que la habitación se movía y que los objetos cambiaban de forma ante sus propios ojos.

Parece acertado suponer que el funcionamiento normal del cerebro depende de una reacción continua, provocada justamente por el continuo bombardeo sensorial. En un ambiente monótono, donde este bombardeo es mínimo, la actividad del cerebro degenera y rápidamente se vuelve anormal.


7 comentarios:

48hs dijo...

Que lindo artículo este, ahora me dieron ganas de leer el libro que muy gentilmente me prestarás...

TiTo A. dijo...

Siempre es un placer prestarte libros y luego comentarlos contigo. Mi biblioteca está siempre a tu disposición.

Rogelio Ferreyra dijo...

Apasionante tema... Es uno de esos experimentos que uno gustaría de poder realizar, si no requiriera tanta infraestructura como gente que te venga a alimentar, varios dias disponibles, algunos dias para la recuperación...
Igual, excepto por un par de detalles, no es muy distinto de la vida en ciertas oficinas estatales que conozco...

TiTo A. dijo...

Podríamos conseguir un flotario, o fabricar uno, y comenzar las experimentaciones...

Anónimo dijo...

En Palermo hay, tengo que conseguir de vuelta la dirección... igual, te dan algo asi como media hora, una hora, pero parece que a nivel recreativo funciona.
Podríamos juntar gente e ir un día en banda a meternos individualmente en los tanques de aislamiento.
Una experiencia colectiva de aislamiento individual, ¿qué tul?

TiTo A. dijo...

Dale! Quien quiera prenderse, que se comunique y se integre al "Proyecto Flotario"!

Anónimo dijo...

Mal.. las tres direcciones que tenía cerraron, y me dicen que no quedan flotarios en Buenos Aires... si alquien sabe algo mas, por favor tírelo acá...