
Este fin de semana largo estuvimos en Montevideo y fue una experiencia muy grata. Desde el viaje nocturno, que nos otorgó la magia de despertarnos en otra ciudad, todo salió a pedir de boca: el hotel Splendido, en la Ciudad Vieja, al que encontramos de casualidad ni bien llegamos (foto); las caminatas por los barrios; la Feria Tristán Narvaja; los Ricarditos; el restaurante vegetariano Sabor Urbano, donde te podías comer un chivito o ¡un chorizo!; una obra de teatro gore arriba de un ómnibus, Montevideo Oculto, en la que se hacía un recorrido por los escenarios de crímenes terribles, narrados por sus protagonistas; la donosura de los montevideanos; las librerías de usados, con otros libros repetidos distintos a los libros repetidos de Buenos Aires; y muchas otras cosas, finalizando con una noche de domingo helada a viento del río y derretida a puro candombe, en la Dominguera de la calle Isla de Flores, en el barrio de Palermo. Mientras esperábamos que empezara la comparsa, ateridos por las ráfagas bajo cero que venían de todos lados, unos morenos, mientras los tambores se calentaban en la fogata hecha de cartones y cajones de fruta, entre tragos de clarete, cantaban:
Para abajo queda el mar/
para arriba la ciudad/
pero yo me quedo acá/
pero yo me quedo acá…/
Para abajo queda el mar/
para arriba la ciudad/
pero yo me quedo acá/
pero yo me quedo acá…/